terça-feira, 23 de novembro de 2010


A Inés,
la vida le entró en la cabeza como una bala,
rápida,
de repente,
casi sin tiempo de reacción.

Se le quedó adentro,
dándole la felicidad,
la alegría de vivir,
de compartir su alegría,
la sonrisa,
la respiración
y la verdad de sus quince años.

Pero la bala también abrió una herida
y por ella todo lo que la vida le dio quiere escaparse,
dejarla vacía,
olvidarse de su nombre,
como si nunca hubiera entrado,
como si nunca la hubiera conocido o tocado.

Hoy si quiero ser un poeta,
un elucubrador de paisajes nuevos,
enfrentarme al auditorio ausente y silencioso
de las palabras esquivas y hacerlas carne,
sangre,
aliento,
voz de mi voz
y gritarle a la vida:
Salva a Inés!
Vívela!
Dale el camino!
Ábrele las puertas de lo hermoso!
Sóplale en el alma!
Y entra en su cabeza despacio,
sin prisa y sin tiempo,
para que pueda sentirte,
para que pueda sentirse
y dar sentido así a las flores,
a los pájaros,
al aire,
a la poesía,
a este poema,
y a este poeta.

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